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  • Alvaro Gómez Prado

Salud mental masculina


Los hombres y la naturaleza de lo masculino han sido un tema sobre la mesa desde hace un tiempo. Los problemas de salud mental que presentan los hombres suelen estar bastante claros, desde ansiedad y depresión hasta abuso y dependencia de sustancias, comportamientos violentos, intentos de suicidio y problemas de la personalidad como el narcisismo. Todos estos y otros afectan la manera en que el hombre se relaciona en su círculo familiar, social y laboral. En una época en que la palabra "masculinidad" suele ir acompañada de "tóxica" para describir problemas emocionales y de relación, es importante conversar sobre los factores que influyen en estos problemas, reivindicar lo masculino y tratar de entender mejor a la mitad de la humanidad.


¿Expectativas realistas?

En psicología, una diferencia clara que conocemos entre hombres y mujeres y que se ve desde edad muy temprana es que (en promedio) las niñas y mujeres suelen estar más orientadas y mostrar más interés hacia las personas y los niños y hombres suelen estar (en promedio) más orientados y mostrar más interés hacia las cosas y los patrones (Baron - Cohen, 2009). Las causas de esto son motivo de una larga conversación y aún no están del todo establecidas, como siempre sucede en el eterno debate entre biología y ambiente.


Ahora bien, hoy sabemos que el factor más importante para el bienestar general de un individuo es la calidad de sus relaciones humanas. Por otro lado sabemos que los hombres no se relacionan de la manera en que lo hacen las mujeres, lo cual trae preguntas sobre si la forma de relacionarse desde lo masculino es cualitativamente inferior, o bien si su estilo de relación cumple otras funciones y sencillamente estamos teniendo una expectativa irreal para los hombres al tomar la forma femenina de relacionarse como el modelo a seguir.


Las diferencias de relación entre hombres y mujeres influyen no solamente en cosas como la elección de carreras y actividades diarias sino también en la facilidad con que los hombres (versus las mujeres) piden ayuda, buscan apoyo o mantienen vínculos cercanos. En términos generales, si un hombre tiene algún malestar es posible que postergue pedir ayuda y algunos no lo harán hasta tener una situación muy grave, suponiendo además que han cultivado relaciones lo suficientemente cercanas y sanas como para tener la confianza de solicitar apoyo.


Validación y masculinidad

Cuando uno hace psicoterapia con hombres suele encontrar diferencias importantes en las necesidades emocionales y en las estrategias que utilizan para satisfacerlas. Por ejemplo, todos los seres humanos necesitamos reconocimiento de nuestro estado emocional, una forma de entender lo que nos pasa y darle sentido a las experiencias. En psicoterapia a ese tipo de reconocimiento le llamamos "validación" (Kohut, 1984) y sabemos que es una necesidad humana universal y permanente a lo largo de la vida.


Pero los distintos eventos de validación solo pueden darse en el contexto de una relación emocional suficientemente sana. Por ejemplo, mamá y papá (o los cuidadores que tenga el niño) tienen el importante papel de prestar atención, entender las necesidades del niño y enseñarle cómo resolverlas, pero no es solo la parte técnica de cómo resolverlas la que tiene un impacto, sino la escucha y el esfuerzo de entender que hace el cuidador. Así, tal vez papá no tenga la respuesta a un problema en particular pero aún sin tenerla puede dejar al niño con la sensación de interés, importancia y compañía que cualquier ser humano necesita al enfrentar una dificultad.


Aunque hemos ganado algo de terreno en informar sobre la importancia de validar las emociones de los niños, aún existe mucha diferencia en el trato que se le da a un niño que llora, con frases como "los hombres no lloran", "párate que no pasa nada" o "sé hombrecito" versus la respuesta que le damos culturalmente a una niña, a quien por lo general se suele consolar y comunicar con palabras qué está sintiendo y qué puede hacer cuando se sienta así. Si nos fijamos bien, aún damos mucho más permiso a las niñas para sentir, expresar y procesar las experiencias mientras que a los niños les pedimos suprimir o ignorar lo que sienten, detener la expresión y además les amenazamos con perder la hombría si no lo hacen. Muchos hombres han crecido aprendiendo que sentir y decirlo puede significar una pérdida de la masculinidad, que pedir ayuda implica "dejar de ser" y, por lo tanto, es demasiado peligroso.


Permitirse sentir y poder comunicarlo es el inicio de procesar las experiencias, solo podemos recibir validación de nuestro estado interno si hacemos algo para comunicarlo así que, al enseñar a los niños a parar de llorar o callar las emociones bajo la amenaza de perder su identidad, estamos creando a hombres que luego no podrán expresar dolor o reconocer su propio sufrimiento. Incapacitados para pedir ayuda no la podrán recibir y reemplazarán un manejo saludable por comportamientos que adormezcan el malestar (drogas, alcohol, intentos de suicidio y otros) incluso si estos comportamientos les ponen en riesgo. Imaginemos una legión de hombres que invalidan su propio mundo emocional como estrategia para lidiar con sus necesidades porque les hemos enseñado que reconocerlo no es importante.


El impacto en la familia

Un hombre que no se permite sentir o que no sabe qué hacer con lo que siente tendrá dificultades importantes en sus relaciones, porque las relaciones requieren mucha empatía, que tiene dos elementos:

1- Cognitivo: capacidad de leer o imaginar lo que otra persona piensa o siente.

2- Afectivo: capacidad de responder de manera emocionalmente adecuada a lo que otra persona piensa o siente.


Básicamente entender cómo es sentirse de determinada manera, en qué contextos sucede, cuán agradable o desagradable puede algo ser para la otra persona y cuál es la respuesta más adecuada que debe uno tener frente al otro. Para saber todo esto, uno debe haber desarrollado la habilidad de reconocer y entender sus propias emociones. Esta habilidad se desarrolla en la crianza, a través de la validación de los cuidadores.


Podemos ver entonces cómo una salud mental deteriorada en el hombre, que viene de experiencias frecuentes de invalidación durante la crianza ("los hombres no lloran") le acaban dificultando entenderse a sí mismo y, eventualmente, entender a otros y hacer vínculos sanos. Estos hombres también son hijos, hermanos, parejas y papás, así que las dificultades para reconocer el propio estado emocional o gestionarlo tiene un impacto directo en sus familias, produciendo papás, parejas o hermanos emocionalmente distantes o conflictivos.


Tenemos entonces a padres que afectan el hogar de tres maneras (Karasu, 1998):

  1. Padre físicamente ausente: abandona el hogar y los hijos no tienen oportunidad de cumplir algunas tareas del desarrollo con él.

  2. Padre presente pero con pobre gestión emocional: produce hijos que viven al padre como no disponible o difícil de predecir en su respuesta afectiva. No sabiendo si en cada situación papá les responderá empáticamente o no.

  3. Padre abusivo o antisocial: produce hijos que pueden idealizarlo como a un héroe negativo y copiar su comportamiento y su forma de ver el mundo, entorpeciendo el desarrollo de una apropiada consciencia moral, generando hijos que crecen desapegados de la ética, propensos a la corrupción y sin preocupación real por los demás.

¿Qué es un hombre sano?

En palabras sencillas, un hombre sano lo es porque ha recibido suficiente entendimiento de otras personas a lo largo de su vida, lo cual le capacita para entender a otros (amigos, compañeros de trabajo, parejas, hijos) y, por lo tanto, ser un miembro productivo de la familia y la sociedad. Un hombre sano no requiere utilizar alcohol o drogas para no sentir, porque sentir no es un problema. Un hombre sano no violenta a otras personas, no porque no sienta ira sino porque ha aprendido cómo manejarla sin necesidad de agredir. Un hombre sano conoce sus propias limitaciones y capacidades y puede hacer aportes a su comunidad. Un hombre sano se sabe a sí mismo capaz de mucha destrucción, pero tiene la regulación emocional suficiente para no ejercerla.


Así, lo que se conoce como "masculinidad tóxica" no es otra cosa que el paquete de comportamientos de un hombre que no ha conseguido la destreza de la regulación emocional, que no sabe qué siente o qué hacer con ello, que no puede volver a un estado de tranquilidad cuando lo necesite y no comprende a fondo para qué sirve la rabia, qué significa la culpa o cómo diferenciar el deseo de intimidad psicológica del deseo sexual.


Esa "toxicidad" entonces no es patrimonio de lo masculino, porque estas cosas también son observables en mujeres, solo que en ellas es menos frecuente precisamente porque generalmente tienen más permiso cultural y oportunidades de aprender a gestionarse emocionalmente (a través de recibir validación), lo cual capitaliza en la observable tendencia general de las niñas y mujeres hacia el interés por las personas.


¿Qué hacer?

Parece haber una asociación entre fallos en la regulación emocional y el riesgo de suicidio y normas culturales de masculinidad referentes a la supresión emocional, estándares de éxito esperado para los hombres y una invalidación de sus necesidades interpersonales (S. Bennett, 2023). Para lograr que los hombres adultos y los niños desarrollen su capacidad de establecer y mantener vínculos sanos y profundos con otras personas necesitamos mostrarles empatía de manera constante, tal como lo haríamos con cualquier persona pero reconociendo que su aproximación hacia las cosas no será igual que aquella de niñas y mujeres.


Por ejemplo: la depresión femenina suele mejorar cuando les mostramos que sabemos lo que sienten y las escuchamos. En contraposición, la depresión masculina suele mejorar cuando se les regresa el sentido de productividad, propósito, responsabilidad y eficiencia además de validar sus emociones, debemos reconocer esa naturaleza masculina que (en general) les hace más tendientes a encontrar patrones, lo cual pasaríamos por alto si tomamos el modelo femenino como la única plantilla válida de relación.


Los hombres se curan haciendo, construyendo o desarrollando un plan de acción que tenga sentido en sus mentes (generando patrones). Para hacer hombres sanos necesitamos validar, no solo lo que sienten, sino también su necesidad de no estar constantemente pensando en el mundo emocional.



Dr. Alvaro Gómez Prado

Psicólogo Clínico / Psicoterapeuta

CIP: 1532

www.AlvaroGomezPrado.com



 

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